YEKATERINGURG, RUSIA.- Nada suele ser lo que parece. Aquí está el policía ruso, gesto de expectación, saturación de handies, actitud al borde de una escena de película cómica. Están también la luz del atardecer, el parque de Yekaterinburg, los transeúntes que, se diría, disfrutan el fin de la jornada. Pero no. En breve el vallado será derribado, los paseantes devendrán manifestantes y habrá gritos, tironeos, arrestos y vecinos protestando contra lo que esas vallas anuncian. "¡No destrocen nuestro parque!", reclama la multitud. "¡Antirreligiosos!", acusan los funcionarios que impulsan la construcción, en ese predio, de una iglesia ortodoxa. "No hablemos de creencias, hablemos de espacios verdes", responden los acusados. En un país con durísimas leyes antidisturbios, varios días de protesta callejera no parecieran ser poca cosa. Ninguna comedia. Pulseadas en torno al derecho a la ciudad, quizás.