La vida de Agustín Alezzo, como una obra de teatro, pega una vuelta argumental dramática sobre el final: mudanza de su escuela teatral a un nuevo ámbito, enseguida la cuarentena lo despoja de alumnos y pone en rojo sus cuentas. Cuando todo parece encaminarse con un subsidio, le cae encima el Covid. Vence con bravura a la maldita enfermedad mundial y casi le dan el alta. Pero este prócer de la escena muere al día siguiente, justamente el 9 de julio.
Nada de telón: la obra sigue. Un espectador, que había disfrutado del trabajo de Alezzo, propone que el 15 de agosto -cumpliría en esa fecha 85 años- se celebre de ahora en más el Día del Maestro Teatral. Pleno consenso en el mundillo artístico local.
¿Fin de la obra? No, hay más: Romina Fernandes, hija de otro renombrado maestro de las tablas, Augusto Fernandes, se pregunta en voz alta por qué no instituir ese día en una fecha relacionada con su padre. El proyecto se empantana. Las familias de Hedy Crilla, Carlos Gandolfo y Alejandra Boero podrían reclamar lo mismo. Y otros también.
Final abierto: si no ceden las mezquindades, ninguno de los mencionados, incluido Fernandes, contarán con el recordatorio que, a partir de Alezzo, honrará a todos.