Máximo Kirchner se presentó en sociedad a fines de 2014 en un acto en Argentinos Juniors en el que prometía que los cambios del kirchnerismo serían irreversibles.
Desde allí, su construcción de poder es siempre hacia adentro y sus actuales apariciones públicas son únicamente en Diputados o, silenciosamente, para avalar alguna jugada estratégica: allí estuvo, en Olivos, detrás de Alberto Fernández, cuando el Presidente anunció que le quitaría dinero de la coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires. Una formalización de la declaración de guerra a Larreta que Cristina había pedido públicamente en enero.
Máximo es un dirigente del establishment de la política, que heredó de sus padres su posicionamiento actual. Algo así como nacer con una banca bajo el brazo.
Se trata de un hombre rico, que en 2018 declaró tener 28 propiedades y efectivo por 2,8 millones de dólares.
Si Cristina consideró al macrismo un paréntesis para el regreso parcial al poder, parece haber ideado a la gestión de Alberto como una transición para el regreso pleno.
El Presidente lo explicó a su manera: “Máximo es una figura que todavía la sociedad no advirtió la calidad política que tiene. Con una vocación de concebir la política como un hecho colectivo, igual a su padre y a Cristina. Y con un futuro promisorio”.
Ese hecho colectivo requiere de un futuro con una Justicia más amable.