La pericias indican que el disparo mortal rebotó primero en el asfalto.
El testimonio de Joseph Wolek, el turista agredido, es profunda y elocuente: “Mientras yacía en la fría vereda de cemento esperando la muerte, un policía solitario, Luis Oscar Chocobar, y algunos ciudadanos honrados de La Boca que habían presenciado mi ataque rápidamente me auxiliaron y corrieron tras los asaltantes sin titubeos ni preocupación por su propia seguridad, entraron en acción, hicieron lo correcto".
El corset de temor que nos ahoga impide analizar con libertad la posición de Chocobar sin aluviones de críticas de tantos arrogantes ideologizados que nunca fueron víctimas.
Defender a Chocobar es causa de lapidación virtual automática. Decidió intervenir aunque no tenía obligación. Es un policía de la provincia. Pasó de héroe a villano. Ahora está crucificado así como antes fue exaltado.
Chocobar es la grieta.
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Caso Chocobar. Video: La carta del turista norteamericano en apoyo al policía a horas del inicio del juicio
Había sido contratado por Scioli como tantos otros “Pitufos”. Su capacitación fue breve y escasa. Como señaló un periodista experto en los agudos diferendos de este tipo: Chocobar interpela a todo un sistema policial que es equívoco, y que se nota.
Ahora, la defensoría oficial, a través del programa de asistencia a la víctima, va a defender a Ivonne Kucok, la madre del ladrón muerto. El abogado de la defensoría es quien va a actuar como querellante contra Chocobar pidiendo su prisión perpetua por homicidio agravado.
¿Es culpable Chocobar por haber intervenido sin que nadie lo obligara ante un flagrante intento de asesinato? ¿Es culpable por haber recibido una capacitación apresurada, azuzada por los tiempos de la política?
¿Merece perpetua por eso?
Todo es demencial.
Más allá del caso Chocobar, también hay a la vez y en diversos lugares del país, abrumadores abusos policiales que el Estado no investiga y olvida.
Es la resonancia de una confusión tenebrosa ahogada en el miedo y en una babel estrepitosa.
Se devalúa el valor de la vida.
Esa depreciación es aún más grave que la de la moneda. Es el substrato más profundo del agujero negro de la economía.
¿Si no podemos confiar en seguir vivos ante la inseguridad volcánica, cómo podríamos confiar en todo el resto, empezando por el peso, tan fantasmal y con tan precario futuro?
Estamos desamparados, y nos estamos jugando todo.