“Robamos, muchachos, robamos… Perdonenmé que lo diga así; robamos y no hay que robar en la política. La plata del pueblo no se toca…”. Bielsa dijo también en aquel video consagratorio que a Cristina la quería. Pero no fue suficiente. No le perdonaron que lo dijera así y fue expulsada del gabinete sin que nadie la defendiera. En su lugar, apareció el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, quizás el aliado más incondicional de Cristina en territorio bonaerense y pieza clave del proyecto político futuro de su hijo.
Y ahora, a pocos días del fin de año, es al embajador en China, Luis María Kreckler, a quien le suenan los tambores de salida. Venía confrontando a su jefe, el canciller Felipe Solá, quien aprovechó un pedido de licencia navideña del diplomático en medio de la negociación empantanada para obtener la vacuna china, para cobrarse los desplantes repetidos y anunciar su salida de la estratégica sede de Beijing. Kreckler es un viejo lobo de la diplomacia y mantenía buenas relaciones tanto con Alberto como con Cristina.
Pero el problema para el Presidente es el mismo de siempre. Quien va a reemplazar a Kreckler como hombre clave en la embajada china no es ningún funcionario con pasado albertista. El elegido es Sabino Vaca Narvaja, un politólogo que se desempeñaba como representante comercial para Beijing y con apellido de sonoridad setentista. Es el hijo del ex jefe montonero Fernando Vaca Narvaja y hermano de Camilo Vaca Narvaja, ex marido de Florencia Kirchner y padre de Helena, la nieta de Cristina. Además, fue director en el Senado, trabajando a las órdenes de la Vicepresidenta.
Tal vez, el Presidente diga que el futuro embajador en Beijing es uno de los suyos. Quizás no diga nada y se dedique a sobrellevar como pueda el desembarco de Cristina en las playas diplomáticas que tienen que ver con Rusia, con Venezuela, y ahora con China. La regla inexorable de la ocupación de espacios está bien lejos de detenerse.
POR FERNANDO GONZALEZ
CLARIN