“Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros…” escribió Borges en la Biblioteca de Babel.
Esta es otro región aún más cerril, cuyos bibliotecarios no son tales, cuyos ordenanzas repudian, como repudiaron al prólogo del Nunca Más de Ernesto Sabato, las luces aportadas por los otros, que combaten contra toda aparición del intelecto, que imponen la codicia, la avaricia de poder, vanidad de vanidades, la injusticia, que beatifican a un rudimentario deshonesto, que omiten a un escritor que nos escribió a todos por los jardines que se bifurcan de la Patria que nadie es.
A la vez y vale enfatizar y escribir sobre todas las paredes allí donde haya paredes; “Nadie” -pero Nadie en su sentido moral negativo- es aquel jerarca gritoneador, habituado a las falacias sin fondo de la politiquería, con caja fuerte al hombro, ajeno a todos los libros, a todos los poemas, a todas la bibliotecas.
No hay maestría de Dios, ni siquiera pacto fáustico en esta simbología del desierto que crece, de la ignorancia que vence, de la ocupación ilegal, en un sentido más que jurídico, filosófico, del espacio de la vida conjugada con los libros.
Fue en un tranvía, el 7, donde Jorge Luis Borges leyó La Divina Comedia en italiano. Durante nueve años entre 1937 y 1946 lo tomaba diariamente para ir y para volver desde su casa hasta la biblioteca Miguel Cané en la calle Carlos Calvo al 4319, en el oficioso barrio de Almagro. El monótono universo del tranvía lo introdujo en El Dante “A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva oscura por haberme apartado del camino recto.”.
Es la selva sin Virgilio, es el infierno sin Beatrice aguardando en la altura, es la calle Garay sin Beatriz Viterbo, es el arrabal sin Jacinto Chiclana, es la cultura sin el coraje de esa víbora, el cuchillo, que al menos atacaba a cara descubierta.
Es la penumbra ridícula de una épica sin literatura, sin metafísica, sin camino. “Abandonad toda esperanza” podría leerse ahora en el frontispicio de ese centro “cultural”.
Pero no, “el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente”.
Borges es esperanza presente, aunque lo hayan borrado otra vez, expropiado, humillado y pisoteado como pisotea un burro la luminiscencia del Aleph.
Pero tampoco es tan fácil, porque sin dudas, “Nadie es la Patria”, porque “todos los somos”, aunque invadan en el bajo nombre innominado, famosamente infame de un avaro mental y espiritual, al sitio en el que Borges estaba presente.
No importa. Aún ausente o ausentado, está presente.