La posibilidad de enfrentar el rebrote –o la segunda ola— con un sólido colchón popular también se ha esfumado para Alberto. En marzo, cuando arrancó con la administración armónica de la pandemia junto a Rodríguez Larreta y Kicillof, supo rodearse de casi un 80% de consenso. Las aguas se dividieron. El 47,7%, de acuerdo con el mismo trabajo, apoya la gestión presidencial por el COVID. Pero el 49,9% ahora la rechaza.
El cambio de escenario, o de clima social, responde a múltiples motivos. El larguísimo encierro, con malas consecuencias sanitarias y económicas, podría resultar el principal. Tampoco se soslayarían las inconsistencias del Gobierno. Arrancó con una cuarentena rigurosa que fue perdiendo peso cuando Alberto decidió politizar la administración de la pandemia. Importa poco si lo hizo por propia voluntad. O por el imperio de Cristina. La confrontación política con Rodríguez Larreta, cristalizada en la poda arbitraria de la coparticipación, significó un retroceso del cual nunca pudo volver.
La intoxicación política fue en aumento a partir de la primera carta pública de Cristina que objetó la idoneidad del gabinete. Funcionarios que no funcionan, eternizó la vicepresidenta. El Presidente se vio impelido a ceder una pieza –María Eugenia Bielsa, titular de Vivienda— para reemplazarla por el ultra cristinista ex intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi.
La novela sorprendió con su segundo capítulo hace pocos días. Cristina volvió a embestir contra el equipo de ministros. Con otra referencia más hiriente que la primera. “Los ministros que tengan miedo o no se animen, que se busquen otro laburo”, pontificó. Lo hizo en un acto del Frente de Todos en La Plata que pretendió ser de unidad. Fomentó solo los recelos.
Pruebas a la vista. Después de la defensa que Alberto hizo de su equipo hubo un paréntesis. Hasta la irrupción de Felipe Solá. Ironizó: "No me vendría mal otro laburo, pero no tengo tiempo". Lo ametrallaron en las redes los fieles cristinistas.
Las interpretaciones, a partir de palabras de la vicepresidenta, siempre resultan incontables. El foco está puesto en el Poder Judicial y la Corte Suprema. Por donde transitan sus causas de corrupción. En la última oportunidad también apuntó al ministerio de Salud, donde Ginés González García, sufre el serrucho cotidiano de su segunda, Carla Vizzotti. Cercana a Cristina y a Kicillof. Una de las dos funcionarias que más hizo para cumplir con el único objetivo de la vicepresidenta en la pandemia: la adquisición de la vacuna Sputnik V.
Detonadora de un debate entre científicos de todo el mundo. Capaz de socavar la confianza popular imprescindible para que la campaña de vacunación tenga éxito. Volvemos a la encuesta de Managment & Fit. Solo el 41,3% manifiesta estar dispuesto a vacunarse. El 28,9% prefiere esperar algunos meses. El 24,1% no tiene por ahora pensado vacunarse.
La politización de la vacuna, originada dentro del propio oficialismo, empedró el camino para un buen ordenamiento de la estrategia sanitaria. El vínculo de Cristina con Vladimir Putin, el premier ruso, procede de su segundo mandato. Explica, en parte, la complacencia del Gobierno hacia Venezuela y hasta aquel inexplicable Memorándum de Entendimiento con Irán.
Putin acaba de conseguir en su país lo que Cristina, con certeza, envidia. Hizo sancionar una ley que garantizará la inmunidad judicial vitalicia a los ex presidentes. Ese favor se extiende a todos los familiares y patrimonios. Antes de eso, mediante un referéndum, habilitó su propia reelección hasta 2036. Sueño cumplido.
POR EDUARDO VAN DER KOOY
CLARIN