La definición se adjudica a Néstor Kirchner durante su presidencia. Según el relato, en una gira por España allá por 2004, el entonces presidente les habría dicho a los empresarios locales: “Miren lo que hago, y no lo que digo”.

Intentaba despejar, se supone, las dudas que sus discursos cargados de críticas a los empresarios generaban en los posibles inversores. La breve pero contundente afirmación -pariente cercana del “si les decía lo que iba a hacer no me hubiera votado nadie”, de Carlos Menem-, fue interpretada por los kirchneristas (eran más entonces que ahora) como un ejemplo de viveza política. Una “piolada” del presidente, que decía una cosa para conformar a sus votantes, pero luego hacía otra en sentido contrario.

No es menor el dato de que dos líderes peronistas tan opuestos en su acción de gobierno, al menos como presidentes, se unieran en la estrategia del engaño como sendero hacia el poder y luego como instrumento para gobernar. Es justo pensar, también, que no fueron los únicos ni los primeros, y que tampoco serán los últimos.

La frase no se inscribe entre las máximas políticas para la historia, pero es oportuno recuperarla en estos días de invitaciones al diálogo desde el oficialismo, e inéditas invocaciones a la concordia con una oposición a la que le cuesta sostener su propia unidad.

Y lo que el oficialismo hizo desde el fallido disparo a Cristina Kirchner, exactamente desde media hora después, fue trabajar para sacar rédito político del episodio. Primero fue la marcha a la Plaza de Mayo, un acto partidario disfrazado de convocatoria en defensa de la democracia, cuya matriz conceptual fue culpabilizar a la oposición, los medios y la Justicia por la generación y difusión de los “discursos del odio”.

Unos días más tarde fue la misa en Luján, con el Presidente incluido, teatralización funcional al afianzamiento de la condición de víctima de Cristina.

Si el intento no tuvo el éxito deseado en términos de convencimiento de la opinión pública, realidad que reflejan las encuestas pero también el lugar que hoy ocupa en la agenda pública la investigación del atentado (el juicio por Vialidad ganó otra vez el centro de la escena), se debe exclusivamente a la ya escasa credibilidad de la Vicepresidenta, del Presidente y de los voceros K.

A propósito, así como la muerte de Néstor Kirchner en 2010, y las manifestaciones populares de dolor, con Cristina en el centro, ayudaron a fortalecerla políticamente, dato que se verificó en las elecciones posteriores, es posible pensar que, sin desear ninguno de los dos hechos, una vez ocurrido el atentado se haya intentado tramitarlo con la misma lógica de victimización y heroicidad.

¿Qué otra cosa hizo el Gobierno en estos días? Pueden mirarse como señales de cambio la gira de Massa por los EE.UU. y su profuso álbum de fotos. O el viaje de Alberto Fernández a Nueva York. Son grandes títulos. Más chiquito se advierte un dato de lo no dicho pero sí hecho: la incorporación de 280 empleados a la planta permanente del Senado, ingreso empujado por la Vicepresidenta y sus senadores más cercanos. Según consignó La Nación, más de 30 senadores del FdeT y de aliados realizaron nombramientos antes del decreto que lo prohibiera. Puede parecer anecdótico, pero es un dato elocuente de la idea del Estado como bien propio, y de la arbitraria disponibilidad de sus fondos. A fin de cuentas, un punto central de cualquier acuerdo es cuánta plata y cómo debe gastarla el Estado. Casi todo lo demás viene después.

  POR GONZALO ABASCAL

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