Se lo ha criticado mucho por sus conductas patoteriles. Un fiscal llegó a pedir su detención por sospechar que integra una asociación ilícita en connivencia con barrabravas del fútbol. Sufrió acoso periodístico por boicotear empresas y aliarse con piqueteros en el control de cuestiones que no le competen. Sin embargo, el tipo resultó ser un estadista. ¡Qué digo estadista!: un sabio intérprete del sentir popular y del sentido común con su frase: “La gente ya está podrida de si la vice se habla o no con el Presidente, de si el ministro del Interior se pelea con Acción Social. Estamos podridos de escuchar lo mismo. Queremos respuestas”. Así es, estimado Pablo Moyano. Estamos con vos.
Ya sé, querido lector, que es difícil olvidarse del prontuario de alguna gente, pero inspire hondo, ponga la mente en blanco y solo repita la frase de Moyano. No me diga que no lo representa. Sea usted kirchnerista, cambiemita, de la izquierda trotskista o socio de la peluquería donde se peina Milei, ¿no siente un agobio profundo, un desgaste insoportable, una desazón inconmensurable? En palabras de Pablito: ¿no está podrido de que todo siga igual con la política y los políticos, día tras día, mes tras mes, año tras año?
“Si la política es un teatro, podemos hablar de que es un vodevil, con el peligro de que los vodeviles políticos siempre terminan costándole caro al público”, escribió Germán Sopeña, el recordado exsecretario general de este diario. “La política se ha convertido en una obra y, nosotros, en una platea apaleada”, comentaba alarmado el también extrañado excolumnista Atilio Cadorín.
¿Sabe de cuándo son esas opiniones, querido lector? De 1996, cuando Menem echó a Cavallo y se veía venir un final de ópera con todos los muertos en el escenario. Y eso porque paré el cursor en ese año del archivo, pero desde mucho antes los argentinos –para seguir en tema– venimos actuando la misma obra con el mismo resultado. Inflación, pobreza, inseguridad, servicios deficientes, jubilados mal pagos, peleas de conventillo –con perdón de aquellos dignísimos y familiares conventillos–, próceres de cartulina y muchos figuretis que creen que llegaron a la cima con la habilidad de los cóndores, cuando lo hicieron como las serpientes: a fuerza de arrastrarse.
Por eso, hay que obrar como dice el gran filósofo: alejándonos de “cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos, abriéndoles el pecho a las cosas y preocupándonos por ellas sin más”. No me refería a Pablito. Eso lo dijo Ortega y Gasset.