Las llamadas entran día por medio. Pueden ser de cualquier funcionario. Matías Tombolini, Germán Cervantes o algún otro colaborador de tercera línea de la Secretaría de Comercio, por ejemplo, o hasta el propio Guillermo Michel, jefe de la Aduana. Llegan también mensajes de WhatsApp. En ese caso, diarios. Casi siempre al mismo ejecutivo y con la misma obsesión: que las empresas de alimentos firmen de una vez los acuerdos de precios. No es fácil. Salvo en Cabrales, Seabord o alguna más, que aceptaron, en casi todos los departamentos legales de las compañías aconsejan no consignar estos compromisos por escrito. Y menos si en el texto se sigue incluyendo como alternativa a eventuales incumplimientos la aplicación de la ley penal tributaria, algo que involucraría a los directores. “Pero eso nunca lo vamos a hacer”, les prometen en el Palacio de Hacienda. ¿Habrá que creerlo? Precios Justos es de algún modo un acto de fe.
La discusión viene desde la devaluación y no tiene mucho sentido. Porque la mayoría de las empresas han decidido cumplir de todos modos lo que les pide el Gobierno –no subir más del 5% por mes los productos– y porque, a fin de cuentas, los esfuerzos dan escasísimos resultados: la inflación en alimentos sigue desbocada. En agosto fue del 15,6% y Gabriel Rubinstein, secretario de Política Económica, tampoco espera cifras muy distintas para septiembre. Por eso sorprende el esmero de los enviados de Massa en que los acuerdos queden por escrito. “Firmaron todos menos ustedes”, le insistieron a un ejecutivo de una compañía global, que contestó con una contrapropuesta: “Hagamos una cosa: vos mandame la lista de los que firmaron y yo te prometo que mañana mismo te firmo”. Pero la realidad es que no hay tal lista. Queda claro en las reuniones de Copal, la cámara que nuclea al sector y donde los empresarios exponen lo que el Gobierno habla por separado con cada uno con la idea de resguardar la confidencialidad.
Lo más probable es que todo sea una puesta en escena. En el Palacio de Hacienda vienen molestos desde que leyeron, hace diez días, un comunicado de Copal que rechazaba este modo de relacionarse con el Gobierno. “Acatar una imposición gubernamental no es acuerdo voluntario”, decía el texto. Una desautorización directa al Palacio de Hacienda, que acababa de enviar a los medios un parte de prensa que consignaba 455 acuerdos. Massa llegó a reprochárselo en público hace dos semanas a Daniel Funes de Rioja, presidente de Copal, durante un seminario. “Llamame, no me operes por los diarios”, le dijo.
El último tramo de la campaña muestra a un ministro de Economía menos ortodoxo. Propenso a medidas expansivas y resignado a esta inflación de dos dígitos. Lo dio a entender esta semana Jay Shambaugh, subsecretario del Tesoro para Asuntos Internacionales, cuando le recomendó públicamente al FMI retirarle la financiación a cualquier país que desoyera sus recomendaciones. Hablaba de la Argentina, sin nombrarla. Pero es justo la versión de Massa que le gusta al kirchnerismo. “Este Massa”, lo definen. “Ahora estamos haciendo lo que quisimos siempre”, dicen en La Cámpora.
El establishment económico entero siente en cambio lo mismo que el Fondo. Y hasta cierto hartazgo con quien hasta hace pocos días tenía una buena relación, el ministro. Las últimas medidas del Gobierno, desde el bono hasta la baja en Ganancias o los créditos de la Anses, fueron celebradas solo dentro del peronismo. El ministro consiguió además atenuar la queja de los gobernadores, inicialmente molestos porque el 64% de ese impuesto es coparticipable y perderán recursos. Toda una novedad: en 2019, ante una decisión similar de Macri después del triunfo de Alberto Fernández en las primarias, firmaron indignados un documento que pedía revertirla.
Unión por la Patria entendió el 13 de agosto que no tiene ninguna posibilidad de aspirar al ballottage si no se muestra unido. Massa elige creer. Tiene encuestas que le dan 36% a Milei, 33% a él y 23% a Patricia Bullrich. Quienes dirigen la campaña confían en revertir los resultados de la primaria. Dicen, por ejemplo, que muchos afiliados del PJ no fueron a votar y que parte de la elección fue fiscalizada por una estructura que le cuidó los votos a Milei por miedo a Juntos por el Cambio. “Nos pasamos de rosca”, resumen, y adelantan que la estrategia será ahora hablarles y favorecer a los propios votantes. Todo muy incompatible con las metas del FMI. Con aquel Massa, el otro.
El desafío del candidato es hacer llegar esa convicción a la parte del espacio que ya lo imagina perdedor y sigue en otra sintonía, preparado para nuevos liderazgos internos. Grabois, por ejemplo. El líder del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) no fue anteayer, por caso, a la convocatoria organizada por los movimientos sociales para el candidato oficialista en La Paternal. “No vamos a actos partidarios: somos independientes”, explicaron a este diario en el MTE. Pero el argumento no terminó de convencer a los organizadores. Al Movimiento Evita, por ejemplo, donde imaginan a Grabois en otro proyecto, el de Kicillof, si es que el gobernador logra ser reelegido, y lejos de Máximo Kirchner.
Serán discusiones inevitables durante los próximos cuatro años. En la provincia de Buenos Aires hay ya una fractura, que por ahora solo se percibe en gestos y palabras sutiles. La expuso el gobernador la semana pasada en La Plata, cuando propuso “cambiar de melodía”, y la ratificó el miércoles el diputado Kirchner al analizar la metáfora: “No me dedico a la música: más allá del pentagrama, lo importante es la gestión”. Los intendentes se reagruparon según la afinidad. ¿Cómo debería llamarse esa nueva canción?, le preguntó el periodista Diego Iglesias a Mayra Mendoza, y la líder de Quilmes le contestó a Kicillof con una letra del Indio Solari: “Juegan a ‘Primero yo’ y después a ‘También yo’”. ¿Es lo que se propone el gobernador? “Va a tener que decidir si quiere ser líder u otro Alberto Fernández”, agregó otro intendente.
Deberán dirimirlo en medio de la crisis social, porque lo que viene es económicamente muy difícil. Además de los indicadores actuales, el próximo gobierno heredará una inflación reprimida que el economista Salvador Vitelli constató en al menos siete rubros. Entre ellos, salud, alimentos, transporte, educación y servicios públicos. Hay productos que están hasta 40% retrasados respecto de sus costos. Macri vivió algo parecido en 2015, no bien asumió.
Es lo que agrava las dudas de los empresarios con Milei. Sumadas al resto. ¿Qué tan sostenibles en el Parlamento serán sus propuestas, algunas de las cuales entusiasman al menos como enunciado? ¿Con cuántas medidas cautelares podrían chocarse? Las preguntas surgen también dentro de La Libertad Avanza, donde imaginan que, por ejemplo, deberán tener un buen interlocutor con la Justicia. Alguien que, por lo pronto, no caiga mal en la Corte, donde podrían resolverse las reformas. ¿Y la calle? ¿Y los gremios?
El acto reflejo de Milei fue acercarse a Luis Barrionuevo, que ha pasado a ser un actor relevante de consulta. En diez días, por ejemplo, en el Hotel Sasso, de Mar del Plata, hará de anfitrión en un foro que promete reunir a Juan Nápoli, candidato a senador por el espacio libertario, y a Carlos Melconian, eventual ministro de Economía de Patricia Bullrich. Nápoli conoce de primera mano los reparos del mundo de las finanzas con Milei. Viene de escucharlos, por ejemplo, en un encuentro que Bank of America organizó con diez fondos de inversión. Ese cóctel de curiosidad, interés, incertidumbre y afinidad ideológica le trae a Barrionuevo buenos augurios. “Milei me hace acordar a Menem. Hay que hacer una transformación”, se entusiasmó días atrás en una reunión.
La reminiscencia no debería pasar por alto que el riojano venía con el ajuste hecho y el peronismo unido detrás. Es probable además que la sociedad no tenga ya paciencia para esperar dos años, con una hiperinflación incluida, para advertir los primeros indicios de estabilidad.
En el equipo de Milei se ilusionan de todos modos con la oferta, todavía difusa, de un banco que les anticipó que había dos fondos de inversión de alto riesgo con ganas de apuntalar el proyecto de dolarización. Uno prometió 20.000 millones de dólares, y el otro, 10.000 millones. Emilio Ocampo, uno de los principales asesores del candidato, estudia desde entonces la viabilidad de ambos. La pregunta es, como siempre, a cambio de qué. “Los glaciares”, diría Cecilia Moreau.
Hasta ahora, lo constatable es lo que se ve: un excedente de pesos que acerca a la Argentina a un fogonazo inflacionario. Hace un mes, Ocampo planteaba que eso tendría al menos un aspecto rescatable para el programa que plantea Milei: la sociedad se daría cuenta de que no queda otro camino que dolarizar. Es como si Massa, “este Massa”, hubiera decidido trabajar para eso.ß