El fanatismo conjura la reflexión y abominablemente la liquida al fin. Es lo opuesto de la libertad que requiere del aire del pensamiento autónomo.
Son horas cáusticas, estas horas previas a ese acto laico y sagrado de la emisión del voto, a solas, como con todo lo importante, uno solo frente a su conciencia y su destino, eligiendo lo que cree que es mejor, en un cuarto denominado oscuro, pero luminoso en su significación democrática.
Hay latidos que se aceleran en ese culto solemne que afortunadamente se repite desde hace cuarenta años en la Argentina.
No hay peor maldición para un país que no poder votar.
Y ésta bendición, el voto, se sostiene en base a imperativos cívicos básicos. Es necesario huir de los eslóganes, de la propagandización, de los gritos que a veces o -más bien- casi siempre, oscurecen los sentidos.
El voto atraviesa también al escepticismo. Es un acto de fe en la democracia.
¿Quién dijo que todo está perdido?
Faltan horas para la decisión.
Hay un país en vilo.
Todo parece estar sostenido por muy frágiles hilos que nos “marionetean” dejándonos a merced de prosaicas y temibles olas inflacionarias y huracanadas, vulnerables ante la inhumanidad de los crímenes callejeros y de los robos escandalosos y a la vista de todos, y ante la intemperie de la pobreza y de todas nuestras desventuras.
La duda ante el voto es importantísima. Dudo, luego voto, y entonces cívicamente existo.
Es decir, pienso, luego voto.
Aunque no todo es tan sencillo, se vota también con el corazón y como enseñó Pascal, “El corazón tiene razones que la razón no comprende”.
Nos estamos jugando todo.
El voto atraviesa también al escepticismo. Es un acto de fe en la democracia.
Todas las artimañas se detienen en las vísperas cuando cada uno tiene el poder de meditar y de decidir.
Mañana será otro día, y no será cualquier día.
Hay elecciones en Argentina.
El poder está de nuestro lado en éstas vísperas y luego llegará la acción electoral.
Y luego los victoriosos y los derrotados habrán de componer el escenario que viene.
Esa escena futura, está hoy literalmente, en nuestras manos.