Todo empieza a tomar una velocidad de vértigo en la aún muy breve gestión de Javier Milei, por la acumulación de temas resonantes que se suceden (las tensiones con la vicepresidenta, la ofensiva contra Martín Lousteau, el índice inflacionario declinante, la remoción del jefe de la Casa Militar).
Cuando el actual presidente y Cristina Kirchner empezaron un intercambio de chicanas imparable por sus redes sociales, el fin de semana pasado, Bruno Bussanich estaba todavía vivo, sin imaginar el imprevisto final trágico que lo aguardaba. Bruno era el playero de 25 años al que en la noche del sábado 9 de marzo un sicario narco ejecutó a sangre fría en una estación de servicio en la zona oeste de Rosario. “El chiquito... en pantuflas y medias”, minimizó un senador peronista durante la sesión del rechazo al DNU al darle un incomprensible giro social al aberrante crimen. “Jóvenes jugados en la vida”, rotuló con intención garantista.
Un pariente del joven asesinado tuvo que rogar, frente a las cámaras de televisión, que los canales dejaran de pasar una y otra vez sin parar la escena del homicidio. La necesidad de ilustrar y de contar con imágenes de impacto que atraigan por su morbo a más audiencia terminan, en este caso, siendo muy funcionales a la amenaza de seguir matando inocentes que formularon los narcos rosarinos. ¿Cuánta angustia o violencia incorpora en el inconsciente de los espectadores estar sometidos a ese loop horroroso y constante?
“Contenido no apto para niñas, niños y/o adolescentes”, tomaba alguna pantalla la cínica advertencia precautoria que pretende ser políticamente correcta (con lenguaje inclusivo incorporado) como si eso la relevara de culpa y cargo de exponer la masacre sin cesar.
La pelea colegial entre Milei y Cristina convivió con el crimen del playero promiscuamente en medios audiovisuales y redes sociales. Ambos episodios, tan distintos, diseminaron sus efectos como esquirlas en la abigarrada agenda informativa de la semana que pasó. El trascendido de que el presidente Javier Milei había firmado un aumento de su sueldo en un 48%, luego de reclamar que se dejaran sin efecto los incrementos salariales otorgados en el Congreso, puso por un rato en jaque fuertemente el relato oficial del ascético cuidado de las cuentas públicas de las que hace gala el gobierno libertario en todo momento. La exvicepresidenta potenció el tema en la vidriera virtual luego de que la diputada Victoria Tolosa Paz revelara el hallazgo. Pero el Presidente disipó rápido ese nubarrón: anuló esa decisión, que aparentemente había firmado sin darse cuenta, y echó al secretario de Trabajo, aunque Omar Yasin hubiese tenido menos responsabilidad en ese desliz que el jefe de Gabinete y la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia.
Si ya parecía insólita e infantil la peleíta Milei-Cristina el sábado 9, que al día siguiente siguieran enredados en su vanidoso desencuentro virtual, como si no hubiese pasado nada, cuando ya el fusilamiento consumado de Bussanich helaba la sangre de Rosario y de toda la República, confirma que estamos como estamos porque quienes tienen en sus manos la posibilidad de resolver los graves problemas que padece la Argentina viven en una realidad paralela en la que solo cuenta el floreo verbal de escasa profundidad y nula incidencia en la resolución concreta de los temas pendientes.
“Las cosas no tienen que pasar solamente en las redes –razonó Rodrigo de Loredo, el presidente del bloque radical de diputados a la salida de una reunión en la Casa Rosada–, tienen que suceder en la realidad”. Parece algo obvio, pero no tanto cuando se observan algunos comportamientos políticos, siempre más atentos en ver cómo repercuten en la vidriera pública que en arremangarse de verdad y meter mano en la solución de los temas por resolver.
Javier Milei es el político argentino más popular en las principales redes sociales. Aventaja a sus competidores con muchos más millones de seguidores que cualquiera de ellos. Y diariamente le dedica un tiempo precioso a mantener bien en alto esa vigencia. La figura del león, en la cual sus fans lo transfiguran, victorioso en distintas situaciones; la constante apelación a las “fuerzas del cielo”, y apelar a las figuras de los “orkos” (los monstruos miserables y deformes de El señor de los anillos) para asociarlos con sus opositores colocan a Milei en un mundo de ensueño, demasiado metafórico, que poco tiene que ver con el mundo real.
Los movimientos bruscos y espasmódicos con los que reacciona lo asemejan más al participante experimentado que procura ganar como sea un videojuego. Sacarse el casco de realidad virtual, al menos de vez en cuando, le permitiría percibir que el mundo real requiere de mayor prudencia y modulación para avanzar y no quedar empantanado.