¿Cómo explicar la decisión de Javier Milei de volver sobre sus pasos e intervenir en el mercado de la medicina privada, fijando precios, luego de haberlos liberado mediante el megadecreto desregulador que emitió en diciembre último? ¿Qué costo puede tener para él en términos reputacionales esta medida contraria a algo que se cansó de cuestionar, tanto desde el otro lado del mostrador antes de ser Presidente como desde el Gobierno en los primeros cuatro meses de su gestión?
Alegró a algunos y sorprendió a todos la determinación del Ministerio de Economía disponiendo que las empresas de medicina prepaga dieran marcha atrás con las fuertes subas de las cuotas aplicadas desde diciembre y pasen a ajustar su valor de acuerdo con la inflación que ha tenido lugar desde principios de este año. Además, el Gobierno gestiona una medida cautelar para que las compañías de salud devuelvan a sus afiliados lo que hayan cobrado por encima del índice de precios desde que se desreguló el sistema.
¿Qué señal puede ofrecer un gobierno que proclama el respeto a rajatabla de la libertad y el libre juego de la oferta y la demanda, pero ahora decide intervenir fijando fijando precios en los servicios de medicina prepaga?
Semejante contradicción con su propio relato implica un costo reputacional. Los procesos de pérdida de reputación son consecuencia de la acumulación de hechos en los que se pierde coherencia y autoridad discursiva. Aunque no se traduzca en lo inmediato en una pérdida de puntos de imagen positiva, lentamente puede erosionar el nivel de credibilidad de un gobierno.
El consultor de opinión pública Lucas Romero, director de Synopsis, ensaya dos hipótesis para explicar la voltereta de Milei tendiente a acotar los incrementos de las empresas de medicina prepaga. Una de ellas es que el primer mandatario buscaría proteger su propia clientela electoral. La segunda apuntaría a la necesidad de cuidar a un segmento de la sociedad, como el de los adultos mayores de 65 años, que le viene siendo esquivo en el apoyo.
La interpretación de ambas hipótesis requiere el análisis del contexto. En el clima de opinión pública, no se advierte un Milei seduciendo votos ajenos, sino esencialmente un líder que está reteniendo el 90 por ciento de sus apoyos en la segunda vuelta electoral. La clave del Presidente no es ganar terreno; más bien pasa por sostener los apoyos iniciales.
¿Tiene sentido pagar un costo reputacional, como el que está pagando hoy Milei, por un número de beneficiarios del subsistema de salud representado por la medicina prepaga, que apenas alcanza al 13 por ciento de la población? En principio no, pero si se advierte que ese segmento seguramente votó en su inmensa mayoría por Milei en el balotaje presidencial, pasa a ser importante si se considera que la clave para el oficialismo es retener los votos propios. Y esa porción de la población castigada por los aumentos de las prepagas puede llegar a representar alrededor del 20 por ciento de toda la base electoral mileísta.
En cuanto a la hipótesis de que Milei quiera seducir al segmento adulto mayor de 65 años, se relaciona con el hecho de que constituye el sector donde peor está el actual Presidente, por cuanto viene de ser castigado con la licuación de las jubilaciones.
“Quizás desde el gobierno de Milei se ha querido reaccionar en este tema para atender la necesidad de conservar apoyo social, que es hoy el principal recurso del que dispone el Presidente”, sostiene Romero. Es que, en un marco de inestabilidad política y debilidad parlamentaria del oficialismo, si Milei pierde respaldo en su propio electorado, se le puede complicar sostener el timón.