Excitado o apasionado, o provocador, según el color del cristal, por las emociones que despierta en favor de su distopía o cerrilmente en contra, Javier Milei se mueve a sus anchas en ese mundo turbulento, donde el insulto y la descalificación son casi diariamente caudalosas armas arrojadizas que se tiran y se reciben casi en simultáneo. ¿Quién puede convencer al Presidente de que no es una proeza la tendencia a la baja de la inflación o una herejía de ignorantes o aprovechadores considerar que el dólar pueda estar atrasado? Sean enemigos o, sobre todo amigos, su reacción visceral sobre la discrepancia cuasi adolescente es tan inmediata como hiriente.
Tiene casi, como se dice ahora, cancelado a Domingo Cavallo, que advirtió sobre el retraso cambiario, se burló en público de Miguel Angel Broda por su visión sobre los problemas para salir del cepo y decir que su salida no está a la vuelta de la esquina, y hasta arrancó algo así como una crítica de Eduardo Eurnekian, su ex patrón, quien le dijo que mejor se dedique a gobernar y no a parodiar a sus impugnadores.
Milei se refleja en la estabilización de Carlos Menem, a quien calificó como el mejor presidente de la recuperación democrática, porque piensa que si logra controlar la inflación tendrá un impacto que le permitirá ganar con las elecciones parlamentarias del año próximo y dejar de sufrir por su escasez de legisladores. La inquina con Cavallo quedó evidente en el homenaje a Menem en la Casa Rosada: el creador de la convertibilidad no fue invitado, ni tampoco Miguel Pichetto, que supo servir al riojano desde el Senado. Pero el enojo con el ex pope de Economía no terminaría allí: su hija Sonia obtuvo el acuerdo del Senado para ser la representante en la OEA, cuya Asamblea General se hace en breve. Pero falta y no sale el decreto presidencial correspondiente. La excusa para esa demora, dicen, sería que esa es una reunión compleja y la novel diplomática no tendría la suficiente experiencia para tal escenario. Puras habladurías de los pasillos del Palacio San Martín, pero así se defienden los que justifican la demora del nombramiento. Y recuerdan: hubo un embajador cristinista en la OEA que se ufanaba de que en sus cuatro años de gestión no le había dado la mano al secretario general de la organización a la que estaba acreditado. Luis Almagro, de él se trata, estaba enfrentado con el gobierno de Alberto Fernández.