Sobre todo en contextos que se suelen creer más secularizados de lo que son. Por eso los gobiernos volant, las religiones manent. ¿Tendrá algo que ver el consenso de Milei con una religiosidad tan difusa? ¿Con la popular en particular? ¿Será por eso que la Iglesia y el Papa le reservan la cautela negada a Macri y la paciencia retirada al kirchnerismo?
Nada lo demuestra mejor que el show del Luna Park. Poco importa que fuera rock y no chamamé, economía y no teología: los tiempos cambian, las culturas también, los “pueblos” más. Si la política se eleva a mística y el político a profeta, las liturgias políticas escenifican el culto. Por eso, todos los profetas políticos se han servido de escenógrafos y arquitectos, propagandistas y cantores.
Todo esto se presta a la burla, es difícil mantenerse serio. Pero si lo que a mí me repugna enamora a los demás, tendré que hacerlo, intentaré comprenderlo. La excusa fue la presentación de un libro que todo el mundo compró, pocos leerán, menos entenderán.
Me recordó una vieja historia, de cuando aquí y allá el “pueblo” se levantó contra la misa en castellano: la prefería en latín, no entender agudizaba el misterio, aumentaba la sacralidad. El contenedor contaba más que el contenido, el mensajero más que el mensaje.
¿Que esté pasando lo mismo con Milei? Muchos fieles buscan en él en el plano político lo que en el plano religioso buscan en tal o cual devoción, planes que la historia argentina sigue morbosa mezclando: le tienen “fe”, muy diferente de tenerle “confianza”.
Dime a qué santo veneras y te diré qué problema tienes: San Cayetano te encontrará trabajo, la Virgen Desatanudos te resolverá un problema, el Gauchito Gil te hará un favor, San Milei te sacará adelante. Como en ellos, ven en él un intermediario con el mundo del espíritu, con los poderosos a quienes confían su salvación. Sus desmanes no engendran desconfianza: son el mínimo en quien es esperado al milagro.
“Soy uno de los cinco líderes más influyentes del mundo”, repica con desprecio a los críticos “lilliputianos”, repite excitado en cuanto puede. Patético. Tan pueril como falso. Pero lo que a mi me causa vergüenza entusiasma a los devotos.
Es como Eva Perón: el escarnio alimenta su beatificación, su redención es la redención del país de su eterno complejo de inferioridad, de un pueblo siempre aquejado de marginalidad. Misma violencia y maniqueísmo, misma sed de venganza y hambre de gloria. El azar y el destino se encuentran en el Luna Park: allí conoció Eva a Perón, allí debía nacer el Evito “libertario”, otro oxímoron de la historia argentina.
¿Qué hay de malo?, alguien objetará. El habitual prejuicio ilustrado de los intelectuales! Si tal es el pueblo y tal su cultura, dirán otros, no sean quisquillosos, cabálguenla. Bien. Pero, ¿por qué la vieja receta debería dar nuevos platos? ¿La misma cultura fideísta dar resultados distintos?
Una democracia de devotos es lo opuesto de una democracia de ciudadanos, la política basada en fe y lealtad produce intolerancia y pasividad, conduce al abuso de poder y a la primacía del dogma sobre la opinión, del Bien Supremo sobre la persona. ¡Más antiliberal y menos laico imposible! Cuidado con la heterogénesis de los fines: en la historia nunca nada es lo que parece, nadie es realmente lo que dice ser.
Cuando del encanto del milagro quedará el desancanto de la realidad, cuando la historia de la salvación habrá dado paso a la historia cruda y desnuda, los devotos desecharán al viejo santo y elegirán otro más adecuado a sus necesidades, más coherente con sus sueños.
Todo volverá entonces a empezar: apocalipsis, expiación, ilusión, decepción. El verdadero escándalo sería un líder normal de un gobierno normal. Pero, ¿quién votaría jamás a alguien que fuera menos que un Redentor?
POR LORIS ZANATTA
CLARIN
Loris Zanatta es historiador. Profesor de la Universidad de Bolonia, Italia.