También, en el giro de estas potencias regionales que ahora sostienen la necesidad de una “verificación imparcial” de las actas, una presión nítida al mandamás venezolano. En una mejor traducción, la convicción de que Maduro ya no es la solución. El último muy significativo paso es el reconocimiento de la Casa Blanca de la victoria presidencial de la oposición, y su candidato Edmundo González.
Todo el episodio, marcado ahora con marchas multitudinarias de repudio, una represión sangrienta y discursos oportunistas, recuerda la agonía y eventual derrumbe de otras dictaduras alrededor del mundo cuando sus líderes sobreestimaron su capacidad de control. Al igual que en aquellos escenarios, Venezuela se desbarranca por el peso de su historia de corrupción y autoritarismo, pero empujada en el último tramo por la furia popular contra un brutal diseño económico que amontona a casi la totalidad del país en la miseria. Como Maduro hace que es socialista, tampoco se le facturan esas barbaries.
Por las mismas razones Cuba, que debe mirar con terror el seguro efecto contagio de lo que sucede al vecino, en julio de 2021 experimentó las mayores marchas de protesta de su historia. Fue después de que Raúl Castro, en enero de ese año, unificó los dos tipos de cambio disparando una inflación galopante que destruyó los sueldos y acabó dolarizando el país. Es la misma aventura del drama venezolano, donde todo se paga en dólares, pero con la mayor parte de la población, como en la isla, sin poder acceder a las divisas y condenada a un básico mensual menor al valor de una simple botella de agua mineral.
Esos espantos acabaron homogeneizando la reacción. Es claro que si la oposición logró casi un 80% de las actas electorales ha sido con la colaboración de sectores del chavismo desencantado. La orden de Maduro era impedir el traspaso de los documentos.
Esta trastienda explica que el barrio pobre y multitudinario del Petare en Caracas, un riñón del poder chavista, algo así como La Matanza en Argentina para el peronismo, haya votado en masa a la oposición. Estos pobladores decepcionados por un Estado ausente y voraz, son parte de quienes desfilan en las manifestaciones de protesta que se multiplican en todo el país.
En las calles van además las esposas, los hijos y los padres de la oficialidad militar intermedia, capitanes, sargentos o cabos, que no cuentan con los privilegios de sus comandantes. El Petare, recordemos, ha abastecido de tropas a la milicia por la urgencia de un salario fijo garantizado. El mismo contradictorio escenario pega en las fuerzas policiales. Es por eso que Maduro afirma que “la fuerza secreta” que dispone el régimen son los comandos civiles, un ejército paralelo al estilo de los basij paramilitares iraníes, responsable de los muertos que se acumulan ahora en la represión.
En la actual etapa muy dinámica no hay claridad sobre la consistencia de la unidad de las Fuerzas Armadas, que es el factor determinante sobre el destino de la nomenklatura chavista. La historia enseña que las dictaduras no suelen caer en las urnas. Por eso la líder de la alianza opositora le demanda a la milicia que hagan “valer la soberanía popular expresada en el voto”
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Se lo dice a los soldados no a los altos generales. No es solo retórica. Cuando se desplomó en 18 días de rebelión popular medio siglo de dictaduras en Egipto el rechazo de un amplio sector militar y policial a reprimir y la enorme presión de los sindicatos fueron cruciales en el capítulo más trascendente de la llamada Primavera Arabe.
En cualquier caso, para Maduro mantener el control es un desafío con una multitud de dimensiones que asoman cada vez más difíciles de cubrir. Debe convencer a quienes lo sostienen que no ha perdido la iniciativa. Para todos es claro que no es posible gobernar un país en llamas. Geoff Ramsey, del Atlantic Council, un portal ligado al establishment norteamericano y la comunidad de inteligencia, señala precisamente el sentido de ese derrape y sus consecuencias entre los sectores de la economía venezolana que lograron avances en la apertura y la reprivatización de los negocios minero y petrolero.
Maduro “está enfrentando la mayor prueba de lealtad en años, pero dudo que las élites venezolanas estén ansiosas por seis años más de represión, sanciones y catástrofe económica”, señala.
La cuestión social es relevante no solo porque desmiente los discursos con los que los aliados del régimen han justificado ignorar las violaciones. Es además una cuestión explosiva que la crisis exhibe ahora en su real dimensión. El chavismo está pagando ese desprecio. Esta columna ha remarcado en el pasado y con conocimiento del terreno, que ni una lupa de enorme tamaño ayudaría a hallar algo de izquierda o socialismo en la Venezuela chavista, que es lo que reivindican formaciones como el PT de Brasil, el partido del presidente Lula da Silva, para saludar sin pruebas, como lo ha hecho, la victoria del régimen y disminuir la importancia de los argumentos opositores.
La líder opositora María Corina Machado y el candidato opositor Edmundo González viajan sobre un camión durante una protesta contra los resultados oficiales de las elecciones presidenciales que declararon al presidente Nicolás Maduro como ganador en Caracas. Foto APLa líder opositora María Corina Machado y el candidato opositor Edmundo González viajan sobre un camión durante una protesta contra los resultados oficiales de las elecciones presidenciales que declararon al presidente Nicolás Maduro como ganador en Caracas. Foto AP
El propio Lula pidió que se entreguen las actas, pero defendió la “normalidad” de todo el proceso, un desdén que puede comprenderse en la parodia ideológica del gobierno mexicano del saliente Andrés López Obrador, pero difícil en la segunda potencia del hemisferio que tiene frontera con casi todos los países de Sudamérica lo que la obliga a jugar un liderazgo regional en defensa de la institucionalidad.
La polémica es tal que el portal de Correio Braziliense le reclamó al mandatario que no olvide el intento golpista del bolsonarismo en enero de 2023 que, como el chavismo hoy, negaba el triunfo de la oposición que encabezaba Lula en las elecciones de octubre del año anterior. “La nota del PT, que reconoce la ‘victoria’ electoral de Maduro, revela un partido político que ha perdido la noción de la realidad en la que opera”, remarcó ese medio.
Es el reflejo incómodo de una institucionalidad aún adolescente en la región. Hay poderes en el área que suponen que el discurso antiimperialista del chavismo es una clavija que sostiene un andamiaje regional supuestamente crucial. “No importa que la narrativa sea falsa o hasta despreciable”, señala un veterano diplomático latinoamericano a esta columna. Es cierto, detrás del chavismo se acelerarán otros derrumbes. La región cambiará. Pero la cuestión principal es que la democracia no debería constituir apenas un instrumento secundario de esos intereses.
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POR Marcelo Cantelmi
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