En esos mismos periodos la tasa de crecimiento del ingreso por habitante en el mundo se elevó del 1,3% al 3,2%, y a poco menos del 3% en la actualidad.
Cuando hablamos del futuro, creo que las aspiraciones son compartidas por todos: reducir la pobreza, incrementar la disponibilidad de bienes y servicios, mejorar la educación, la salud y la seguridad, resolver los problemas de vivienda y de falta de infraestructura, etc., pero no sobre el camino para llegar a ella.
Las posiciones más opuestas son las de ir por el camino del socialismo del siglo XXI (Cuba, Venezuela, Nicaragua, etc.), o ir por el camino libertario.
En mi modesta opinión lo primero que tenemos que hacer es restaurar los equilibrios macroeconómicos (fiscal y externo) para evitar nuestras periódicas crisis.
Nuestro PBI total cayó en 20 de los últimos 44 años, y la mayoría de esos años recesivos estuvieron asociados a crisis de balanza de pagos.
La ciencia económica nos enseña que cuando un país registra déficits en su cuenta corriente es porque gasta de más, y que las variaciones negativas de las reservas son el reflejo de una emisión que excede los montos demandado por el público. Si un país no gasta de más y no emite de más nunca tendrá déficits en sus cuentas externas.
Eliminar estas crisis elevaría la tasa promedio de crecimiento al 3,5% por año y elevaría también la tasa de inversión al elevar la tasa de retorno.
Pero estas mejoras no toman en cuenta lo que podría pasar si nuestro país aprovechara sus grandes ventajas comparativas en términos de energía, minería, el sector agropecuario, la industria del conocimiento, el turismo, y quien sabe que otros sectores que no se desarrollaron por las condiciones adversas de las últimas décadas.
Considero que para aprovechar estas oportunidades nuestro país tiene que repetir lo que hizo hacia 1870 y que le permitió convertirse en la maravilla de fines del siglo XIX.
Entre las cosas que hicimos bien en ese entonces debemos incluir la plena vigencia de una Constitución -basada en propiedad e iniciativa privada-, una Justicia relativamente independiente, y la inserción de nuestra economía en la economía mundial.
Para ello, necesitamos fortalecer nuestras instituciones, implementar numerosas reformas de leyes y prácticas que hoy impiden el pleno desarrollo de nuestro potencial, eliminar el llamado “costo argentino”, y liberar la capacidad creativa de nuestra población.
La tarea por delante es ardua pero posible. El crecimiento permite resolver muchos problemas, pero no todos y crea algunos. Una persona que es la tercera generación que vive en la marginalidad se beneficiará con el crecimiento pero puede seguir marginada. Se necesitan políticas destinadas a mejorar sus capacidades, como por ejemplo las que implementó Israel para incorporar a los inmigrantes etíopes.
Luego de plantear esta visión optimista solo me queda recordar que “Argentina es el país de las oportunidades perdidas”; esperemos que esta vez no sea así.
Ricardo Arriazu es economista.
CLARIN