La vicepresidenta Victoria Villarruel eleva su mirada a los cielos y pide: que la Virgen de Luján nos proteja y que nos guíe.
Es su fe, y eso es loable para millones, pero esa declaración mariana, articulada a uno de sus apólogos llamado Eduardo Verástegui, un predicador mexicano del vínculo entre el Estado y la Iglesia, resulta sugestiva y, al menos, ligeramente estremecedora. Verástegui escribió en X:
“... Tendría pleno sentido que el próximo presidente de la Nación sea un católico practicante, no un apóstata. Viva Argentina con V de Victoria”.
Y la vicepresidenta, pretendidamente profética, afirmó a su vez:
“Resulta inquietante que los presidentes elegidos democráticamente terminen presos”.
¿A quién se refiere? ¿A Cristina Kirchner?
¿A Lula?
¿A Bolsonaro?
¿O, avant la lettre, a sus enemigos íntimos locales?
Milei afronta investigaciones por el caso $Libra y por las presuntas terribles corruptelas en el Instituto de la Discapacidad.
Las interpretaciones quedan abiertas.
La enfermedad del apocalipsis deseado vuelve una y otra vez.
Es peligrosa. Es una infección que anida en el caos producido a veces deliberadamente.
En relación aparentemente antagónica con los apocalípticos están los alcahuetes. La epidemiología sociopolítica requiere del análisis de esa reiterada pasión en torno al poder: la obsecuencia.
La sumisión en derredor de los que mandan enceguece, encapricha, ensordece y alimenta la soberbia y la agresión.
Los síntomas son palpables.
Y los resultados siempre son negativos.
Los obsecuentes se convierten en altavoces del poder político del signo que sea.
El tiempo de la imposición, por vía propagandística, de las acciones de quien detenta el poder solo funciona como una cámara de eco que se aleja de la realidad, que instala espejos por todas partes para que le confirmen al gobernante que es el mejor, el más bello y el jefe indiscutible.
Son polos que se repelen y que se atraen paradójicamente. Los alcahuetes convocan a los apocalípticos.
Y los apocalípticos a los alcahuetes.
De tanta arrogancia sumisa, los adoradores del caos se aglutinan y diseñan reales planes destituyentes.
Y todo gira en derredor del núcleo duro de la peste: la corrupción.
El consultor y comunicador Fernando Cerimedo afirmó en sede judicial que Diego Spagnuolo le había dicho que las coimas en el ANDIS existían y que todo llegaba hasta Karina Milei.
Cerimedo declara lo que los audios permiten presumir.
La justicia debe seguir investigando.
En el mundo K aprovechan cada yerro y cada drama del gobierno para obturar el recuerdo de lo que fueron sus años en el poder.
La desmemoria es otra enfermedad.
No es bueno olvidar.
Décadas de corrupción kirchnerista no se borran con corrupciones ulteriores.
Fue la pandemia, el encierro, la ominosa foto de la fiesta de Olivos y la farsa de los penitenciarios gobernantes que encarcelaron a todos y se excarcelaron para seguir lucrando ilícitamente y celebrar el poder que se les fue y que ahora sueñan con retomar.
Quieren volver los que tanto destruyeron.
Pero también se arremolinan en internas y reyertas mal disimuladas.
La epidemiología política requiere de un profundo análisis, de un microscopio sobre la sociedad misma, que busca su destino, pero que lo busca repitiéndose en las mismas enfermedades.
La peste vuelve por otros caminos.
¿Hasta cuándo seguiremos por este ir y venir de los demonios?
Hasta que se disuelvan los alcahuetes, los apocalípticos, los violentos, los corruptos, los integristas emboscados detrás de nacionalismos autoritarios, hasta que los farsantes dejen de mentir.
El tratamiento es prolongado.
El futuro continuaría aprisionado en el pasado.
La salud de los enfermos depende de la conciencia de los enfermos mismos.
La conciencia cura.
La inconsciencia mata.
POR Miguel Wiñazki
CLARIN