Desde hace diez días, las movidas ajedrecísticas de la vicepresidenta electa en el Congreso sólo han logrado fortalecerla. El alejamiento del cordobés Carlos Caserio en el bloque peronista del Senado y el gambito de la santiagueña Claudia Abdala para ubicarla en la línea de sucesión y desairar a los gobernadores peronistas. Y la sumatoria de media docena de diputados santiagueños más alguna que otra oferta demasiado tentadora a ciertos legisladores para convertir al bloque que conducirá Máximo Kirchner en uno más numeroso que el de Cambiemos. El barro de la política conoce aritméticas asombrosas que ignoran los sacerdotes de la ciencia electoral.
Por eso, la carta de consolidación de Alberto sigue estando oculta en los pliegues de la economía. ¿Quién será el ministro que deberá lidiar con la agobiante deuda externa, con la inflación y con el parate productivo que dispara el desempleo? Fernández impondrá su criterio si designa a Matías Kulfas o a Cecilia Todesca, sus economistas de cabecera. Pero exhibirá debilidad si posterga a Martín Redrado o a Guillermo Nielsen sólo porque Cristina los objeta.
“Alberto va a sorprender a todos cuando designe al ministro de Economía”, dicen algunos de sus colaboradores, sin preocuparse demasiado por las nubes oscuras que lo acechan cada vez que aparece Cristina. Hay quienes creen que la sorpresa del presidente electo sigue siendo la apuesta fuerte por un ministro coordinador de las variables económicas que no sería otro que Roberto Lavagna. Y que la confirmación de su hijo Marco como futuro director del Indec es apenas la punta del iceberg de un acuerdo superador con el hombre que lideró la economía de los años olvidados en los que el kirchnerismo todavía no se avergonzaba del superávit fiscal.
POR FERNANDO GONZALEZ
CLARIN