Los intendentes también tienen recursos propios como el ABL. Y eventualmente fondos que llegan de la Casa Rosada, que funcionan parecido a un sistema de premios y castigos. Una herramienta de alineamiento político que nadie usó tanto como Kirchner.
Kicillof carga con un pecado de origen: ningún intendente logró colar en su Gobierno. Armó un gabinete bicolor: él puso una parte, sobre todo al equipo económico, y Cristina puso el resto, especialmente en los ministerios de Gobierno, Justicia y Seguridad. Un dato: los intendentes peronistas tienen unos 13 diputados y 8 senadores. No son muchos pero son claves a la hora de votar.
Kicillof tampoco está dándoles juego en el reparto de las empresas provinciales. El único premiado hasta ahora ha sido el jefe de Lomas, Insaurralde, que colocó a su ladero Otermín como presidente de la Cámara de Diputados. Los intendentes tienen motivos de sobra para masticar bronca y esperan un guiño del gobernador y del cristinismo para repartirse las seis secretarías y prosecretarías legislativas. En una de ellas, la de Relaciones Institucionales, Cambiemos había designado a la venezolana Elisa Trotta, que de ahí saltó a embajadora de Guaidó en la Argentina y ahora de embajadora a ex embajadora.
La Legislatura bonaerense no es la legislatura de una provincia feudalizada como San Luis, alguna de las del norte o Santa Cruz. En Buenos Aires se acostumbra a repartir el poder. Por eso fue posible que con Vidal de gobernadora, el peronista Sarghini haya sido presidente de la Cámara de Diputados.
Y por eso el propio Fernández está negociando ahora una salida acordada. O la tabla de salvación de Kicillof. Pero tendrá que hacer algo más por Kicillof, que ya mismo debe afrontar una deuda de US$ 570 millones y otra de $ 50.000 millones con proveedores. Qué duda hay de que él y Cristina lo ayudarán. Experiencia nueva y dura para este peronismo: gobernar sin plata o con muy poca plata.