De este modo, ante el silencio oficial generalizado, podemos asumir que estos primeros cien días de soledad, producto de la cuarentena, han provocado suficiente locura en las cabecitas de quienes gobiernan nuestro querido país, o nuestro querido Macondo, como para ir pensando en un show de ejecuciones. En tal caso, sólo restaría definir el formato. De ninguna manera podemos dejar semejante decisión en manos de los productores del evento.
Por lo tanto, sería una buena oportunidad para que el presidente Fernández, que se ha ganado el curioso mote de moderado, medie entre la propuesta fusiladora de D’Elía y la del ahorcamiento del Pata. Como todo el mundo sabe, en ninguna democracia seria de este mundo se fusila y se ahorca a un tipo al mismo tiempo. Al igual que en Macondo, es una cosa o la otra. Nadie mejor que el presidente para resolverlo. Para eso tenemos uno.
Ojalá que la decisión final quede en manos del Tío Alberto de los miércoles, que suele ser la línea del albertismo más cercana a Occidente. No quiero ni pensar si le toca definir al Tío Alberto de los lunes, que es el que simula hinchar por Maduro para que Cristina no se enoje, o el Tío Alberto de los viernes que es del show de las filminas tuneadas.
De más esta decir que quien tampoco se expresó al respecto, y por lo tanto uno supone que también adhiere al plan, es justamente la archirrival de Macri: Cristina, que también habita en una de las principales calles de Macondo.
Posiblemente ni se enteró. Ella sigue adelante con sus temas sin importarle la pandemia ni la crisis ni nada. Y lo bien que hace porque sus asuntos son muchísimo más divertidos. No sólo por las temáticas sino por la genial manera con la que cree que los resuelve.
Se puede dar el lujo de pedir la creación de una comisión especial para investigar los choreos de Vicentín durante los años de Macri, dar por ganada la votación pese a no haber conseguido los dos tercios necesarios, apagar los micrófonos y dejar a toda la oposición jugando a dígalo con mímica.
Si los opositores en Macondo fueran un poco más astutos, podrían haber aprobado la comisión ampliando la investigación a los años en que Cristina era presidenta y le prestaban tanto o más guita a Vicentin que la que le prestaron en los años del Gato. Y ya que estaban podrían proponer la creación de otras comisiones investigadoras de cositas raras como las de Skanska, Cristóbal López, Ciccone, Austral Construcciones, toda la obra pública del siglo XXI, la creación de medios paraoficiales con fondos del Estado, la venta de YPF a los Eskenazi, la proliferación de bingos y casinos en todo el país, las DDJJ de importaciones, la embajada paralela en Venezuela y tantos otros éxitos de la década genial. Si hacemos comisiones, las hacemos bien.
Ni hablar de la comisión investigadora del Memorándum con Irán. ¿O van a dejar que Cristina siga diciendo que aquello que Alberto Fernández definió como un plan presidencial de encubrimiento no fue tal?
Para eso haría falta que los opositores salgan a tomar la fresca por afuera de Macondo, vean como funciona el mundo, se arremanguen e intenten algo.
No se lo podemos pedir al Gato. El tipo se presentó a la reelección, perdió y a otra cosa. Ahora se tiene que poner lindo para el show de las ejecuciones.
Tampoco se le puede pedir demasiado a Larreta. Si bien él ganó su elección, se encontró con la pandemia y ahí está, con los otros dos cráneos con quienes comparte escenario cada 15 días, viendo de qué se disfrazan.
Pero hay decenas de diputados y senadores votados por el 41% de los habitantes de Macondo que podrían tomar todo tipo de medidas y acciones. ¿Y? ¿Qué acelga, papá?
Si están esperando que pase el coronavirus, lamento informarles que la cosa va para largo.
Y esto vale tanto para los legisladores, que deberían empezar a moverse un poquito más, como para los gobernantes que creen que pueden encerrar a la gente indefinidamente.
La realidad demuestra que tarde o temprano habrá que aprender a convivir con el virus. Es responsabilidad de los gobiernos tener un plan y organizarlo. Nosotros, los boludos de Macondo, obedecemos y nos guardamos. Ustedes, los vivos de Macondo, muevan el orto.
La frase final de la novela de García Márquez dice: “Todo lo escrito en ellos (los pergaminos) era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra".
POR ALEJANDRO BORENSZTEIN
CLARIN