Todos estas versiones y reacomodamientos -que califican de disparate la versión del reemplazo de Cafiero por Aníbal Fernández- tienen como telón la inevitabilidad del ajuste que está discutiendo con el FMI. No es un camino simple: los principales actores de la coalición, incluida Cristina, coinciden en la terapia pero quieren que el costo lo pague otro. Esto, dicen, debe practicarse con control político y concesiones, como lo hizo Lula en su primer gobierno: ajuste ortodoxo con política social que mitigue el impacto.
Guzmán, así, está sometido a presiones fuertes. Tiene necesidades fiscales y, a la vez, apremios sociales. La CGT, cuyo poder político está cada vez más discutido por los movimientos sociales, quiere recuperar al menos la palabra en esta discusión. A los empresarios se les pide inversiones pero, al mismo tiempo, se los ve como la fuente de recursos extraíbles mediante impuestos.
Fernández, que se expuso irresponsablemente al contagio de la pandemia, haciendo exactamente lo contrario de lo que le recomienda a la sociedad, tiene que compensar la ortodoxia del ajuste. El envío del proyecto del aborto -que fue anunciado por Vilma Ibarra, quien parece estar preparándose para una candidatura en la Ciudad, pero ella lo niega- debe interpretarse en ese equilibrio, que tendrá impacto interno. Los votos en el Senado, dicen, deberá trabajarlos el propio Presidente: una manera de preservar a Cristina de una tarea que parte en dos al bloque oficialista.
Todo está pensado para el 2021 y las elecciones. El Gobierno apuesta a la vacuna, ajuste y el rebote económico, para enfrentar las elecciones con más optimismo que el actual. La oposición está en una encrucijada porque tampoco le conviene el caos económico y una inflación desaforada.
POR RICARDO KIRSCHBAUM
CLARIN