Juega todos los sábados al fútbol en La Plata, de donde es oriundo y a donde vuelve sistemáticamente cada semana, aunque vive en el porteño barrio de Belgrano. Persiste Martín Guzmán en un silencio cauto y ni siquiera accede a un off con periodistas. Tampoco está en un lugar fijo, rota de oficina en oficina, pero mantiene cohesionado a su equipo de 40 personas, dialoga con distintos sectores y sigue poniendo bajo la lupa a la economía nacional.
Tiene la suerte de que el ultrakirchnerismo es inconstante en sus bullyings mediáticos y virtuales, que van dejando por el camino algunos odios para reemplazarlos por otros (de Macri a la Corte, de la Corte al fiscal Luciani y del fiscal Luciani a la banda de los copitos y sus posibles financistas). Parece que hubiera pasado un siglo desde que los disparos verbales y mediáticos del oficialismo, acusándolo de todos los males económicos que padecía la Argentina, se dirigían exclusivamente hacia Guzmán, el ministro que pegó el portazo en la tarde del sábado 2 de julio pasado, justo cuando Cristina Kirchner le hablaba a su feligresía en Ensenada. La vicepresidenta y otros dirigentes del Frente de Todos lo criticaron fuerte frente a micrófonos y cámaras.
Sin embargo, en aquellos días, al transitar por la vía pública y hasta de compras en el supermercado, el exfuncionario no sintió que esas asperezas provenientes de sus propias filas se trasladaran al ciudadano de a pie. Al contrario: no sufrió escraches y hasta algunos lo alentaban.
Ahora que ya han pasado más de dos meses y medio –un siglo para el vértigo argentino–, Guzmán se recompone y proyecta hacia adelante. No piensa ser candidato a nada el año que viene. Ha decidido seguir con su base aquí en el país, más allá de algunos viajes internacionales, por ejemplo, para dar clases en la Universidad de Columbia, de la que es profesor y que le paga su sueldo. No parece incluir entre sus planes trabajar de consultor para alguna corporación privada. Sigue pensando en la economía y quiere hacer docencia creando un sentido común en el manejo de las políticas públicas, especialmente para la amplia familia peronista, no solo el Frente de Todos. Falta les hace, sin duda.
Para Guzmán no hay país en que la economía funcione bien si el Estado y los privados pelean y no tienen un diálogo permanente.
La primera vez que Guzmán entró en el Ministerio de Economía, por un acuerdo con el Conicet, tenía 24 años (ahora está por cumplir 40). Trabajaba entonces como técnico en modelos macroeconómicos. Gobernaba Néstor Kirchner, y Roberto Lavagna era un buen recuerdo reciente en su paso por aquel ministerio. Su partida marcó el principio de un proceso inflacionario que no se detuvo nunca y que se fue acelerando hasta alcanzar récords en el actual gobierno como no se registraban desde hacía más de treinta años.
¿Escribirá Guzmán un libro como el que las menciones de Cristina Kirchner catapultaron a best seller, Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre, que trata sobre los sufridos avatares de la economía en tiempos de Raúl Alfonsín? La vice se lo regaló sugestivamente al Presidente para el cumpleaños. Pero Guzmán no tiene en sus planes inmediatos escribir nada.
La decisión de presentar su renuncia en aquel momento no fue todo lo abrupta como se la pretendió presentar. “No voy a continuar”, planteó un par de días antes de consumarla. Si no se le daba el control de la mesa del Banco Central y de la política energética, pensaba que no tenía nada más que hacer y que se venía una catástrofe económica si nadie reaccionaba a tiempo. Aunque el texto de renuncia que preparó ocupó siete carillas, las escribió de un tirón, en una hora, a las 14 del mismo sábado 2 de julio. A las 17.47 la subió a Twitter, mientras Cristina Kirchner homenajeaba a su manera a Juan Domingo Perón, en conmemoración de un nuevo aniversario de su fallecimiento. Ya el día anterior, el Presidente estaba convencido de que el alejamiento de su ministro más preciado era irreversible. Intercambiaron WhatsApp el mismo sábado, pero no hubo marcha atrás. Del área de comunicaciones de Presidencia solo le pidieron a Guzmán un último favor: que no trascendieran todos los preavisos que había estado dando, y así quedó como el único malo de la película.
“La renuncia intempestiva de Guzmán fue un inmenso acto de irresponsabilidad política y de desestabilización”, lo crucificó Cristina Kirchner, desde El Calafate.
El renunciante había tenido muchas más conversaciones con la vice de las que trascendieron, a veces en su despacho en el Congreso; otras, en su casa, y casi todas las semanas. Eran encuentros que podían durar varias horas. Es extraño que el entonces ministro la considerara una “mente brillante” y que disfrutara de los intercambios con ella, mientras al mismo tiempo comprobaba que no entendía nada de economía de mercado ni de geopolítica económica (y su hijo, muchísimo menos). En cambio, quienes están cerca del exministro aseguran haberlo escuchado definir a Massa como un “habilidoso”, que tiene un gran manejo político de la situación. Le da cierta confianza que mantenga en su equipo a tres funcionarios claves que lo acompañaron durante su gestión: Raúl Rigo (Hacienda), Lisandro Cleri (vicepresidente 2° en el Banco Central) y Sergio Chodos (representante ante el FMI). En cambio, estaría completamente en desacuerdo con la implementación del dólar soja.