Cristina Kirchner, que proscribió a Luis Juez mediante el “ardid” (el término que usó la Corte) de fraguar una segunda minoría artificiosa para lograr un miembro oficialista más en el Consejo de la Magistratura, fue quien rindió homenaje al Perón proscripto por la dictadura de Lanusse, que volvió al país hace cincuenta años. Vaya paradoja.
Esa no fue la principal incongruencia. El acto en el Estadio Único de La Plata la homenajeó más a ella que al líder justicialista (apenas hubo menciones e imágenes sueltas del fundador del PJ), al que llegó montada en un helicóptero presidencial (se abrió una causa judicial por ello).
Tras ingresar y saludar cual rockstar, no tuvo problemas en desdoblarse, ningunear al actual gobierno y, en su lugar, reivindicar a las tres administraciones kirchneristas anteriores (la de su marido y las dos de ella), como si la actual fuera completamente ajena a su sello.
“Hubo un tiempo que lo hicimos”, dijo. Pretérito perfecto. Y ponderaciones circunscriptas a los “tres períodos consecutivos de gobierno”. Del cuarto –el actual, al que volvían mejores, según prometían en campaña–, ni noticias. Una opositora de fuste, pero con amplios poderes oficialistas. Una propuesta psiquiátricamente compleja de desentrañar que sus seguidores incondicionales asimilan sin chistar, casi como en un acto reflejo, pero que cae sobre toda la república.
Cristina Kirchner trabaja con éxito la ambivalencia inestable de ser, al mismo tiempo, formalmente la creadora máxima de la actual estructura del poder y ocupar un alto cargo institucional como la vicepresidencia de la Nación, en tanto que también pretende encarnar “la fuerza de la esperanza” y “el cambio”, cuando tiene por detrás los cuatro años y medio de su marido, los ocho de sus dos presidencias, más los tres años de la actual administración, de la que, claramente, es su representante más influyente.
¿Cuál sería concretamente la “esperanza”, el “cambio”? Si tiene la solución a los problemas actuales, ¿por qué no la aplica ya mismo, durante este (su) gobierno?
Si las cosas empezaran a mejorar desde ahora, ¿acaso no sería la forma más óptima de evitar el fracaso estrepitoso que el Frente de Todos viene dibujando para las elecciones del año próximo? Los manifestantes coreaban “Cristina Presidenta”, como deseo ferviente, algo que la oradora efectivamente lo era en ese momento, ya que estaba a cargo del gobierno que ella misma concibió.
Naturalizando la confusión, actuó como maestro de ceremonias el ocurrente Pedro Rosemblat (más conocido como “el Cadete”), que le hizo el aguante a CFK en la previa a su aparición. “Somos los soldados del pingüino y llevamos la bandera del general Perón”, calentó a las tribunas. Pero no se quedó ahí y fue por más: “El peronismo maradoniano está más vivo que nunca”.
A esa altura –todavía no había entrado en escena la vicepresidenta–, la aclaración de “vivo” se hacía necesaria ya que las pantallas, en formato de clips, no paraban de exhumar imágenes de figuras fallecidas: Perón, Evita, Néstor Kirchner, el propio Diego. La única viva (con y sin comillas), de cuerpo presente, vestida de blanco inmortal (“Cristina eterna”, diría Diana Conti), fue la presidenta opositora de su propio gobierno (aunque esta vez más cauta con sus chicanas), que prometió futuro rodeada de imágenes de finadas figuras. Más que un homenaje a Perón (o a ella), lo del jueves pareció un original homenaje al oxímoron, tal la cantidad de contradicciones que se yuxtaponían.
Como la semana no había sido pródiga en buenas noticias –se conoció el índice inflacionario de octubre, que trepó al 6,3% (con un 9,3% para la canasta alimentaria); el Presidente sufrió un severo trastorno de salud durante el G-20, y la propia oradora ordenó a sus huestes seguir adelante con su golpe contra el Consejo de la Magistratura–, los organizadores resolvieron mirar hacia el más amable futuro inmediato: el Mundial, que comienza hoy. La locutora lucía una remera con la cara de Maradona; Rosemblat vestía otra de la AFA. En una de las pantallas, el mismo Diego aseguraba: “Voy a ser cristinista hasta los huevos”. Cristina posó ante las cámaras con una remera con el número diez y su nombre. Un gol de media cancha.
La minoría intensa que representa CFK, como no tiene anuncios ni programas de gobierno que mostrar, se corrió del mitin político tradicional a los ritos y folclore de un festival o recital de música.
Así, “teloneó” a Cristina La Mancha de Rolando (y de Amado Boudou), los clips se veían dentro de tiernas formas de corazones, había cámaras aéreas, Máximo hacía pogo con Mayra Mendoza y sobre el final estallaron los fuegos artificiales y los papelitos. “Poco a poco fuimos volviéndonos locos”, sonó Babasónicos, mientras Cristina se despedía. El tema era “Irresponsables”.