Milei no se detiene en incongruencias. Las encuestas que le envían a su comando lo muestran bordeando los 35 puntos, pero lejos de resolver todo en primera vuelta. ¿Es el miedo a la ingobernabilidad lo que le pone techo?
A diferencia de Menem, que decía no lo hubieran votado si contaba en campaña lo que pensaba hacer, Milei parece sugerir que no hará aquello que prometió hasta ahora. El Conicet no se cierra si no que cambia de nombre. La dolarización es, en realidad, competencia de monedas. El ajuste del Estado se reduce a los cargos políticos, no a los empleados. Los planes sociales no serán eliminados. La motosierra hace ruido pero no corta, como la que usa en las caravanas de campaña.
La contradicción es la arcilla con la que moldea un gobierno posible. Eso aumenta las alertas de los empresarios que lo escuchan y lo aplauden, pero después, en privado, transmiten estupor. Pasó en sus últimos encuentros con banqueros y con petroleros. Pero quedó expuesto a la luz cuando su mentor Eduardo Eurnekian lo sacudió con la frase de la semana: “Si no se modera, no estamos para aguantar a otro dictador”.
Eurnekian, a quien Milei le dice cariñosamente “jefe”, alzó la voz a raíz de las críticas de Milei al papa Francisco. Lo había llamado al candidato cuando se viralizó un video en el que trataba a Bergoglio de ser “representante del maligno”.
“Eduardo, levantaron un video viejo, de hace seis años”, se atajó el candidato. Pero días después se conoció la entrevista que Milei le había dado al conductor norteamericano Tucker Carlson, en la que acusa al Papa de tener “una gran afinidad por las dictaduras sangrientas”.
Romper puentes es una constante en Milei. Le pasó ahora también con el presidente de la Corte, Horacio Rosatti, al que acusó de “defender el robo” por haber dicho que la dolarización podía ser inconstitucional si incluía eliminar el peso. La operación que había ordenado para sintonizar con la Corte (que había incluido contactos sigilosos y declaraciones amables) entró en fase de congelación.
Los números de Massa
Massa aprovechó el affaire Francisco. Justo él, a quien el Papa colocó desde un principio fuera de su círculo de contactos. En el búnker oficialista sostienen que las frases de Milei impactan en votantes católicos del norte del país, ese territorio peronista que se pintó de violeta en agosto.
Salta, Tucumán y La Rioja son algunas de las provincias donde Massa espera recuperar votos. El ministro califica a Milei de “audaz” (un sello IRAM viniendo de él), pero cree que está cometiendo errores que lo limitan. Esta semana sus asesores inundaron de encuestas que muestran a La Libertad Avanza en el orden del los 33/34 puntos y a la fórmula oficialista muy cerca. “Está garantizado el ballottage entre nosotros dos”, le han oído decir a Massa. Cerca de Bullrich lo desmienten: “Es humo. Patricia lleva dos semanas recuperando y la economía está destrozando al oficialismo”.
El ministro tampoco ataca a Milei: “Me lo tienen prohibido. Por ahora”. Cree que la batería de medidas de auxilio cristalizará el voto peronista y le dará el empujón hacia el número mágico que garantiza la segunda vuelta: 33%. ¿Y después del 22 de octubre? Silencio. Es como hablar de la reencarnación de la carne.
Hasta el martes Massa vivirá de anuncio en anuncio, antes de que rija la prohibición legal de mezclar gestión con campaña. Nadie podrá acusarlo de no aprovechar la ventaja de usar el presupuesto como caja proselitista. En el camino se despega del gobierno que integra y encontró una frase para condenar sin nombrarlo de Alberto Fernández: “Lo que viene es mejor”. Por algo se empieza.
De Cristina esperaba la ayuda que le dio. Lo exculpó por la devaluación del 22% posterior a las PASO, que atribuyó a una orden del FMI, y lo elogió por “haberle dicho la verdad a la gente”. Fue obediente a las demandas de los gurúes: dijo que la elección se define entre los libertarios y ellos, sin asumir ninguna responsabilidad por el descalabro económico y por la sangría de votos del Frente que fue de Todos. Tan enfocada estuvo que ni habló de sus causas judiciales.
Ganar el país le parece una utopía, pero le queda el consuelo posible de rescatar el bastión bonaerense. Lo mismo piensa Axel Kicillof: si él gana en la provincia y los libertarios en el país espera un duelo a cara de perro desde el día 1. La “música nueva” que se propuso componer –y que provocó la ira de Máximo Kirchner– será más bien una canción de protesta.
Cristina ve cómo se apaga el gobierno que en 2019 soñó como un puente a la renovación generacional y como el instrumento para limpiar su legajo judicial. El final no podía ser más decepcionante. Tiene una condena por corrupción a cuestas y tres juicios en espera. La Cámpora pugna apenas por ganar un puñado de municipios suburbanos. Su favorito Kicillof enfrenta en una guerra de rencores al heredero Máximo. Y la esperanza de sortear un desastre está en manos de Massa, a quien alguna vez acusó de operar para meterla presa. A ella sí que le vendría bien una mano de las fuerzas del cielo.
Martín Rodríguez Yebra
LA NACION