Después del ataque de Hamas, todo se revirtió y una numerosa ristra de sondeos solo encontró furia contra el gobierno. La encuestadora del diario Maariv, Lazar Research, que fue una de las que registraba aquella mejora previa, observó ahora un derrumbe vertical de Netanyahu y su fuerza política del orden del 32 por ciento.
En cambio, el opositor partido de Unidad Nacional del centrista ex vicepremier, Benjamín “Benny” Gantz, creció 41 por ciento. La periodista Dalia Scheindlin señala en Haaretz que se le preguntó a la gente a quien preferirían ver como premier después de la guerra, “¿Netanyahu o cualquier otro?”, dos tercios eligieron a cualquier otro, sin indicar siquiera nombres.
En el propio partido del premier solo la mitad lo elige. En el de Ganz, el número es cero por ciento a favor de Netanyahu. Nada se rescata. Son números asombrosos. Se dirá que todo es relativo en una opinión pública acicateada por una conmoción sin precedentes, pero estos números resumen, si bien no la película, una foto que debería ser tenida en cuenta… y con exceso.
Frustración, dolor y asombro
En gran medida esta visión de enorme frustración nace del carácter sorpresivo del ataque terrorista que dejó impávido, asombrado y atemorizado a este pueblo. El golpe de la banda fundamentalista tuvo una dimensión histórica espectacular, además por el extraordinario daño causado y las matanzas, sin que los sofisticados sistemas de inteligencia y prevención del país hubieran podido preverlo.
El descuido tiene naturalmente un trasfondo político, es aquella grieta que promovió el premier y sus controvertidos aliados que acabó secundarizando la seguridad nacional con estas consecuencias. Pero el gobernante no se ha disculpado aún, al revés que la jefatura del Ejército y la de todos los servicios de inteligencia.
La incógnita es hasta qué punto esta legión gobernante advierte sobre el plano inclinado en el cual intenta sostenerse y transitar. El escritor David Rothkopf, advertía a las autoridades en una reciente columna que el gobierno israelí y sus aliados pueden estar confundiendo el enorme apoyo que Estados Unido le brinda al país, incluso con la notable visita del presidente Biden en plena guerra, “como un respaldo amplio y largamente buscado a su conducta… no lo es”. No es por ahí.
Hay además comportamientos muy claros y diferenciados de la parte norteamericana y del propio premier. La compasión hacia las víctimas inocentes palestinas en Gaza, tema reiterado en boca del canciller Antony Blinken y del propio líder de la Casa Blanca, particularmente por los efectos perniciosos que el desastre humanitario está disparando en la región.
El hospital Al Ahli en Gaza, atacado segun Israel por un misil de la Yihad Ilsámica EFEEl hospital Al Ahli en Gaza, atacado segun Israel por un misil de la Yihad Ilsámica EFE
El tema del hospital cristiano bombardeado en el norte de la Franja este martes, que pudo haber sido una maniobra de Hamas si se confirma que se trató de un misil de una organización terrorista aliada –Biden llega en medio de un aluvión de protestas en todo el mundo musulmán—, da sentido a las aprehensiones de Washington sobre la necesidad de proceder con prudencia. “Netanyahu nunca ha mostrado ningún tipo de compromiso real con las cuestiones humanitarias o las preocupaciones legítimas del pueblo palestino”, señala Rohtkopft.
Aunque resulte absurdo, entre los partidos ultras que conforman el gobierno, hay dirigentes que consideran que ahora Gaza debe ser anexada por Israel e inundada de colonos judíos como sucede con Cisjordania desde mitad de la década de los 70.
En esa fantasía explosiva radica la idea de una guerra larga detrás de la noción clásica de que un gobernante no debe caer en medio del conflicto. Cuanto más se extienda más permanecerá. Versión local de un vamos viendo. La apuesta que se atribuye a Netanyahu para mantener el poder y renter aquellas alianzas.
De eso se trata también el viaje de Biden, de un rediseño en el que prevalezca la geopolítica por encima de otras dimensiones. Se vera hacia adelante si el líder israelí comprendió el idioma.
POR MARCELO CANTELMI
CLARIN