Su comportamiento público ahora como primer mandatario se mantiene leal al perfil del panelista arquetípico exitoso: incorrecto, disruptivo, tantas veces desaforado.
También resulta muy peculiar la evolución mediática (más bien, involución) de Cristina Kirchner, a la que, cuando estaba en el esplendor de su poder político, Adrián Suar llegó a calificar, sin burla, de prima donna, por su capacidad histriónica y su peso escénico, ahora montada en una suerte de rudimentario panelismo virtual que dialoga cada vez más seguido, pero a la distancia y a las patadas, con Milei, que le sigue el juego.
Cabría esperar que personajes de tan alto calibre –ella, dos veces presidenta, una vez vice y actual titular del Partido Justicialista; él, jefe del Estado y líder de La Libertad Avanza– se comportaran como estadistas conscientes de la frágil situación que atraviesa el país y obraran en consecuencia, en un diálogo fructífero e institucional, de forma tal que llevaran a la sufrida ciudadanía, que padece las consecuencias de políticas fallidas, algo de sosiego y cierta previsibilidad.
En cambio, a falta de ficción en la TV, el involuntario dúo a la distancia que ya conforman Milei y CFK recuerda aquellas memorables trifulcas en que terminaban invariablemente las mesas de Polémica en el bar, de los años 70, o las desopilantes revolcadas que protagonizaban Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta en el programa de Antonio Gasalla, en la década del 90. Solo que aquellas eran caricaturas; ingeniosos juegos creativos de autores y actores que parodiaban formas de ser argentinas. Cuesta creer que el tipo de intercambios que mantienen en redes sociales CFK y JM formen parte del mundo real.
A propósito de las menciones a aquellos personajes televisivos que nos hacían desternillar de risa con sus peleas, ¿se dieron cuenta de que hace muchos años desapareció por completo el rubro humorístico en la televisión? Hace no tantas décadas ocupaba importantes porciones diarias de las distintas programaciones y no pocos de esos ciclos figuraban entre los más vistos.
Hoy, tanto Cristina Kirchner como Javier Milei ejercen públicamente un tipo de comicidad muy especial y escasamente graciosa en la que la ironía cínica manda y el cachondeo ramplón ocupa el lugar de las más elementales reglas de cortesía. El “che, Milei” de la doctora, como saludo grosero, y el “che, Cristina” con el que retruca ahora el Presidente son chicanas que no están a la altura de sus investiduras, siendo ambos, además, responsables máximos de las políticas implementadas en los últimos años.
No se trata solo del tono, sino de la propia degradación de sus discursos. Cuando se agarran (virtualmente) de los pelos, Milei se pone a años luz de algunas de sus más sobrias presentaciones académicas del pasado, y Cristina Kirchner, de los nutridos papers que este año había elegido como forma principal de comunicación.
Ayer, ante un auditorio cautivo, la jefa del PJ no se perdió de remarcar el último furcio presidencial: Milei confundió el nombre del Libertador y lo rebautizó como “Juan José de San Martín”.
Piña va, piña viene; a tortazo limpio, como en Los Tres Chiflados. Solo que son dos.
Por Pablo Sirvén
LA NACION