Aquella parálisis del pero-kirchnerismo representa a juicio del politólogo Gustavo Marangoni, titular de M&R Consultores, un dato nuevo en la historia de la democracia recuperada en 1983. Una suerte de agotamiento de ciclo. ¿Por qué motivo? Hasta el 2023 el peronismo, bajo sus diversas identidades, supo siempre renacer de las derrotas. Alumbró la renovación luego de la gran victoria de Raúl Alfonsín. Derivó en el encumbramiento de Carlos Menem durante dos décadas. Antes del final del menemismo emergió Eduardo Duhalde con su diagnóstico de la muerte de la convertibilidad que, paradójicamente, consumó con su caída la Alianza de Fernando de la Rúa. El ex gobernador de Buenos Aires y ex vicepresidente fue un mandatario de emergencia que administró la crisis del 2001 y promovió una salida electoral que consagró a Néstor Kirchner. Nació el kirchnerismo, otra variante del PJ, que se prolongó tres mandatos más con Cristina. En la agonía (2015-19) se produjo otro golpe de magia. Tal vez el póstumo. La designación de Alberto Fernández que llegó a la Casa Rosada empujado por el desafortunado epílogo de Mauricio Macri.
Nada hace prever ahora mismo que algún conejo salga de la galera. En la marquesina pero-kirchnerista figuran: Cristina (con arresto domiciliario), Axel Kicillof (ex ministro de Economía y dos veces gobernador de Buenos Aires), Máximo Kirchner, diputado y portador de apellido, y Sergio Massa, último ministro de Economía de la hiperinflación, abre puertas de Milei y persistente apostador electoral. En esa comarca merodean otros viejos conocidos que abonarían el espanto por el regreso al pasado de un importante segmento social: Juan Grabois, el dirigente piquetero que todos los días está por rebelarse; Guillermo Moreno, el ex secretario de Comercio que en su época de oro se encargó de adulterar las estadísticas del Indec.
Aquella legión de la oposición principal terminó de juntarse solo por un instinto de supervivencia. Pretende defender Buenos Aires en los desafíos de septiembre y de octubre. Una derrota podría significar la debacle definitiva. La necesidad, sin embargo, no ha logrado amalgamarlo todo. Se conocen las diferencias de Cristina y Máximo, jefe de La Cámpora, con Kicillof. Las de Massa con el irascible Grabois. De esa forma les resulta difícil coordinar una campaña que pueda terminar teniendo efecto en los llamados a votar.
La ex presidenta pretende que su arresto de seis años por corrupción se convierta en bandera ineludible. Para la inoculación de una épica que el relato kirchnerista ha perdido hace tiempo. El gobernador de Buenos Aires omite siempre la cuestión y despierta el enojo en San José 1111. Kicillof supone que la disputa con Milei pasa por otro flanco. Las secuelas económico-sociales-productivas del ajuste libertario. “Mucha gente la pasa muy mal, reconoce a Cristina, pero sus prioridades son ahora otras”, apunta uno de los estrategas de la gobernación. Massa compartiría esa mirada, pero jamás podrá reconocerlo porque su subsistencia política en ese conglomerado depende de conservar un pie en cada orilla.
En la gobernación consideran perentorio poner en acción la campaña –lo más homogénea posible-- porque advierten en el kirchnerismo y posibles aliados un estado de desmotivación mayor que el que poseerían los votantes no incondicionales de Milei. Manejan números preliminares referidos a septiembre, aún precarios, que darían razón a aquella urgencia. El peronismo estaría ganando la Tercera Sección (Sur) por alrededor de cinco puntos. La candidata es la vicegobernadora Verónica Magario. Es su bastión. Estaría perdiendo la Primera Sección (Norte) por ocho puntos. El postulante es el ministro de Infraestructura Martín Katopodis. Las dos geografías reúnen diez millones de habitantes. Nada se conoce todavía sobre los seis distritos restantes.
Milei ha comenzado lentamente a hacer lo suyo. El anuncio de la baja de retenciones que hizo en la Sociedad Rural tiene para el campo un impacto global. No se puede desconocer el efecto electoral que generaría en el Interior bonaerense, lejos del Conurbano. Podría estar en línea con el análisis que trazó días pasados sobre la crisis kirchnerista el sociólogo y antropólogo Pablo Semán. Sostuvo con una dosis de mordacidad que el líder libertario no tendría “contra quién perder”. Interpretado: el oficialismo podría ser derrotado por sus propios errores, por dislates políticos o descontrol de la economía antes que por cualquier seducción opositora.
El Gobierno muestra una gran facilidad para complicar sus problemas. El Presidente debió blanquear después del armado electoral bonaerense la detonación que sucedió en el Triángulo de Hierro por el sometimiento político que Karina, su hermanísima, impuso a Santiago Caputo, el arquitecto de la comunicación. Para disolver la idea de un poder bicéfalo incorporó a Guillermo Francos, el jefe de Gabinete, como integrante de la tríada. Se reservó un lugar supuesto por encima de ellos. Fantasía: los hermanos Milei seguirán monopolizando todo.
La cuestión no radica en la geometría de las figuras. Pesan la extraña brújula de la gestión y las decisiones políticas. Milei enviará en horas el veto al Congreso para frenar el aumento a los jubilados y la emergencia por discapacidad. Es probable, luego de un pasteleo con varios gobernadores, que alcance los dos tercios de los presentes para concretar su objetivo. Pero sucede lo de siempre. Los mandatarios provinciales se sienten desprotegidos, sin ninguna compensación. “Es el método Karina”, denuncian.
Esa ausencia de reciprocidad genera deslizamientos. Seis gobernadores (Santa Fe, Córdoba, Chubut, Jujuy, Corrientes y Santa Cruz) lanzaron una propuesta electoral para octubre que aspira a matizar la polarización que exhiben las encuestas. No piensan en una guerra santa, aunque forzarán en Diputados la aprobación de la ley con media sanción del Senado que restituye fondos a las provincias. La tolerancia libertaria suele ser estrecha: el Gobierno no autorizó un endeudamiento de US$ 1.200 millones conseguido en el exterior por Maximiliano Pullaro, gobernador de Santa Fe, para obras de infraestructura que faciliten la exportación. También rechazó un crédito menor para la realización de los Juegos Suramericanos en 2026 en aquella provincia.
Ese comportamiento errático se proyecta también en la administración de las turbulencias que presenta la economía. Hay una narrativa que no se condice con los hechos. Cuando el Gobierno suscribió en abril un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que le permitió salir parcialmente y airoso del cepo Milei y Luis Caputo, el ministro de Economía, sostuvieron dos cosas: que se inauguraba un tiempo de libre flotación del dólar; que la cotización de la moneda estadounidense se “caería como un piano”.
Tres meses más tarde se observa que el Gobierno recurre a elevadísimas tasas de interés para frenar la cotización del dólar cuya demanda incesante incrementa su valor. Un fenómeno que empieza a amenazar a la inflación. El Presidente, ante la imposibilidad de explicar esa realidad, prefirió incursionar en el pantano de la política. Ninguna novedad que la Argentina no haya conocido en las últimas décadas. Explicó que la presión sobre la moneda estadounidense se habría desatado por la convergencia intencional de varios factores.
Aquella sesión del Senado que aprobó el aumento a los jubilados y la emergencia por discapacidad promovida por “la traidora” Victoria Villarruel. Las declaraciones del Nobel de Economía, el estadounidense Joseph Stiglitz, que vaticinó que “la Argentina está a las puertas de otra crisis”. La confabulación de tres bancos, uno de ellos, al parecer, ligado a Sergio Massa. El fantasma “kuka” que siempre sobrevuela.
Desopilante y demostrativo, tal vez, de que el gobierno libertario puede ser el peor enemigo de sí mismo.
POR EDUARDO VAN DER KOOY
CLARIN